La espada y la flecha
La espada y la flecha Caminamos hacia el acantilado por entre los médanos. El viento dispersaba la arena y descubría las piedras que, arrolladas por las olas durante milenios, lucían redondas y brillantes. Raquel no ocultaba su fastidio por la arena que volaba por doquier y se le metía entre las medias. Ya nos volvíamos cuando una ráfaga movió el arenal descubriendo miles de flechas entre las piedras partidas. Miré hacia el piso y justo bajo mi bota, asomaba una flecha enorme y lustrosa. Yacía intacta y, junto a ella, emergía con colores vistosos, un collar de caracolas. Tomé la flecha y la observé con atención; parecía tallada con esmero. Me arrodillé y seguí revolviendo la arena hasta que mis dedos se toparon con un trozo de metal. Lo desenterré con cuidado quitándole la arena y arcilla pegadas y apareció entonces una espada, larga y oxidada. Conservaba aun su empuñadura que parecía haber sido labrada por un orfebre. Me pregunté por qué estarían reunidos en ese páram...