El secuestro de Titi
El secuestro de Titi Jacinto abrió la portezuela de metal y pasó la mano entre las rejas hasta que los dedos de ambos se entrelazaron. Las miradas se cruzaron embargadas de pena. “No puedo”, dijo Jacinto, “sabes que no puedo, pero bueno…, te traje esta manzana...”. Luego apretó suavemente los pequeños dedos de Titi y retiró su mano lentamente. Revisó el agua, barrió el polvo y las mugres amontonadas junto a los barrotes, se sentó en el banquito que yacía bajo la ventana y permaneció unos minutos mirando a Titi, que siguió expectante tomado de los barrotes. Jacinto caminó hacia la salida de la recámara, cruzó la puerta, miró a Titi por última vez, y con voz resignada exclamó: “no puedo hacer nada …, sabes que no puedo”. Las manos de Titi se extendieron suplicantes entre los barrotes. Antes de salir, se miraron nuevamente; Jacinto bajó la mirada con vergüenza, apagó la luz y cerró la puerta. El recinto, apenas iluminado por un rayo de luz que se colaba por el ventanejo permanec...