LOS JÓVENES FRENTE AL CAMBIO CLIMATICO
LOS JÓVENES FRENTE AL
CAMBIO CLIMATICO: UN DESAFÍO POR LA SUPERVIVENCIA DE LA HUMANIDAD
Luis Politi, 13.3.2025
La
crisis ambiental que enfrenta actualmente la humanidad caracterizada por el
calentamiento global, la deforestación, la eliminación masiva de especies
animales y vegetales y la acumulación de plásticos y microplásticos en los
ecosistemas, entre otros, son los efectos visibles de las dificultades que han
colocado a nuestra especie al borde de su extinción.
El
deterioro ambiental originado durante la revolución industrial en el siglo
XVIII y que entrara recientemente en una espiral incontrolada es de una
magnitud sin precedentes. Una de las causas del desastre, el calentamiento
global, no es debida a las oscilaciones naturales de la temperatura, cuyos
ciclos abarcaron milenios, como los ocurridos durante la última glaciación,
sino a cambios abruptos adjudicables a las acciones humanas más recientes.
Aunque la responsabilidad de estos desarreglos nos compete a todos, los mayores
contribuyentes de estos desequilibrios son las grandes corporaciones, que,
amparadas por un grupo de potencias mundiales, controlan los destinos del
planeta.
La
crisis ambiental no es un fenómeno novedoso ya que fue advertida desde la
década de 1970, cuando los ecólogos mostraron que, con 3000 millones de
habitantes, la “capacidad de carga” de nuestro planeta (denominada “índice k”)
basada en la disponibilidad de recursos para soportar la población humana de
forma sostenible, estaba alcanzando su límite (1, 2). En efecto,
para la humanidad, al igual que para otras poblaciones animales, una vez que
éstas agotan los recursos disponibles, sobreviene una rápida disminución de su
número. Notablemente, con los avances genéticos y tecnológicos y, en gran
parte, debido a la agricultura con el uso de fertilizantes, pesticidas y
herbicidas, este límite se amplió y la población humana experimentó una rápida
curva ascendente llegando a 5000 millones en 1987 y a unos 8000 millones en
nuestros días (3). Este crecimiento, acompañado por un
abrupto desarrollo industrial y un incremento del consumo de combustibles
fósiles, llevó a una acumulación excesiva de los gases de efecto invernadero
(GEI) y a un aumento alarmante de la temperatura de la tierra; un efecto
potenciado por las emisiones de metano, en gran parte debido a la ganadería.
En
la actualidad, el calentamiento global ocurre en un marco de desarrollo
tecnológico, industrial y de disputas por el control mundial entre los Estados
Unidos; la originalmente, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS),
devenida en Federación Rusa y, más recientemente, China, cuya irrupción ha
generado un impacto aun mayor, no solo en los mercados mundiales, sino también
como causante de los desequilibrios ecológicos.
Es
evidente que el desarrollo industrial sin un control adecuado sobre las
consecuencias adversas que tiene para el ambiente, conlleva un aumento de los
GEI y conduce, inevitablemente, al calentamiento global.
El
dilema de la conservación del ambiente bajo el
capitalismo
En el modelo de
desarrollo capitalista, la actividad económica está orientada a generar
ganancias y aumentar el capital, de modo que las consecuencias, muchas veces
nocivas de su accionar sobre el ambiente, son consideradas como “daños
colaterales”. Como los gastos que demanda la preservación del ambiente deben
ser deducidos de las ganancias, éstos tienden a ser evitados o minimizados.
Así, los procesos de industrialización, al quedar intrínsecamente unidos a los
perjuicios al ambiente, inevitablemente colisionan con el mantenimiento del
equilibrio ecológico, por lo que resulta difícil, sino imposible, resolver la
crisis climática. Por su parte, en el marco de la economía socialista del siglo
pasado, al menos teóricamente, el desarrollo industrial estaba orientado a obtener
un mayor bienestar social, por lo que pareciera, a priori, que bajo este
sistema no se generaría un impacto ambiental nocivo. Sin embargo, ¿Hubieran los
líderes socialistas controlado los GEI durante el desarrollo industrial y
económico de la URSS o detenido la fabricación de armas nucleares? Las
políticas implementadas durante la posguerra de 1945, que condujeron al colapso
del socialismo, ponen en duda que lo hubiesen hecho. De todos modos, la caída
de la URSS en 1991 y la desintegración del socialismo en el mundo dejó esta
pregunta sin contestar.
Los desequilibrios
ambientales y el cambio climático luego del socialismo
Aun cuando las bases del
socialismo no colisionan necesariamente con la preservación del ambiente, otra
pregunta que surge como inevitable es ¿por qué el socialismo, o sus seguidores
izquierdistas, han hecho poco o nada para detener la crisis ambiental? La
inoperancia y/o debilidad de las izquierdas frente a la crisis ambiental es
atribuible en buena parte a las causas que llevaron al hundimiento del
socialismo en el mundo, un proceso cuyo análisis requiere remontarnos al origen
y desarrollo de la URSS.
El régimen soviético que
naciera con la revolución de 1917 y se consolidara con la instauración de la
URSS en 1922, impulsó la transformación de la arcaica estructura agrícola
soviética hacia una economía industrializada. Los avances logrados en ese
entonces, tanto en los planos económicos, de salud y educación, llevaron a
millones de jóvenes y movimientos progresistas en el mundo a embanderarse con
el socialismo. Estos movimientos, potenciados por las revoluciones emergentes
en Latinoamérica y que se impusieran en Cuba, acicatearon las luchas por “la
conquista del poder” y el socialismo, propagándose a varios países de
Latinoamérica, África, Europa y aun a Estados Unidos. De estas luchas surgieron
líderes icónicos como el Ché Guevara; Cohn Bendith; Mandela y Malcom X, entre
otros. Estos líderes fueron la expresión de una época de movimientos,
mayoritariamente juveniles, inclinados a lograr una sociedad más justa e
igualitaria y detener las atrocidades cometidas en Vietnam y el sudeste
asiático por EEUU. Sin embargo, el rol en ascenso de las izquierdas con
presencias relevantes de las organizaciones comunistas, no iba a permanecer por
mucho tiempo.
El
huevo de la serpiente
Mientras
los movimientos de liberación surgían y se esparcían en el mundo, en el seno de
la Unión Soviética ya se habían creado las bases de su propia destrucción. En
efecto, durante este periodo, Stalin y sus adláteres, empoderados por la
derrota que les infligieran a los ejércitos nazis durante la segunda guerra
mundial, tomaron el control del Estado y
establecieron un régimen burocrático, autoritario y represivo en el
cual se eliminaron miles de opositores. Si bien se conservaron varias
conquistas sociales y se lograron avances económicos, la burocracia gobernante
se enquistó en el poder acaparando privilegios y beneficios y desvirtuando los
principios básicos del socialismo de 1917. El descontento creciente de los trabajadores
favoreció levantamientos en Alemania Oriental y Hungría, que marcaron el
comienzo de la caída de la URSS como Estado socialista. Para peor, luego de la
derrota de Estados Unidos en la guerra de Vietnam, siguió una guerra fratricida
entre Vietnam y Camboya, dos estados socialistas, apoyados respectivamente por
la URSS y China, dos potencias socialistas antagónicas por entonces.
La
bancarrota del socialismo
Mientras
los seguidores del comunismo soviético permanecieron aferrados a esta nueva concepción
burocrático-represiva del socialismo, los críticos de este sistema
desnaturalizado y decadente, se lanzaron a la conquista del poder mediante la
violencia: lemas como, “el fin justifica los medios” y “el poder
nace del fusil”, se instauraron en los sectores más radicalizados y, en estas
luchas “en favor de la humanidad”, en buena parte, se perdió de vista el valor
de los derechos individuales de los humanos que la conforman.
La
escalada de violencia generó el rechazo de amplios sectores sociales en el
mundo, favoreciendo la represión e instauración de dictaduras derechistas, las
cuales dejaron millares de muertos y desaparecidos como las que se instauraron
en Argentina y Chile y que se extendieron hasta 1983 y 1988, respectivamente.
Poco después, en 1991, el mundo asistiría con asombro a la caída del sistema
colectivista soviético y su retorno al sistema capitalista y liberal.
Finalizaba así, sin un solo tiro, uno de los ensayos más interesantes de la
historia de la humanidad.
La
caída de la URSS como potencia socialista y la transformación de China, también
en un Estado de corte capitalista (aunque conservando una constitución
comunista), dejó a la izquierdas pro-soviéticas y pro-chinas levantando
obstinadamente las banderas de un socialismo desprestigiado y fracasado, por lo
cual se rodearon de un rechazo social creciente y generalizado. Por su parte,
las izquierdas disidentes más radicalizadas, carentes de apoyo popular y sin
recursos financieros para mantener sus organizaciones armadas realizaron
operativos delictivos para financiarse, a los que denominaron “expropiaciones”
o, en ciertos casos, se ligaron a grupos de narcotraficantes, marcando el ocaso
de las izquierdas en el mundo. En este contexto, la bancarrota del socialismo
estaba en marcha.
El derrumbe del
socialismo bajo la hegemonía estalinista, esfumó las posibilidades de controlar
los desequilibrios ambientales y el cambio climático; en la URSS, gran
parte de las reservas de agua fueron
inutilizadas, las tierras erosionadas y agotadas, el ambiente degradado y el
aire contaminado por los GEI. La desatención del ambiente se hizo evidente con
la catástrofe de la planta nuclear de Chernóbil en 1986 y las más de 80
detonaciones nucleares en el área de pruebas de Semipalatinsk, en la región del
actual Kazajstán. El deterioro ambiental en el lado soviético
fue señalado como un “ecocidio”
por publicaciones originadas en el campo capitalista (4); imputaciones
con un alto grado de hipocresía, si consideramos los 1054 ensayos
atómicos realizados por Estados Unidos en Nevada, Islas Marshall
y otros lugares (5) y las enormes emisiones de CO2 que
se incrementaron hasta alcanzar 4.752,079 megatoneladas en 2021, colocando a este país en segundo lugar, después de China, en el ranking de países con
mayores emisiones de este gas en el 2021 (6).
La caída del socialismo
dejó sin frenos al capitalismo
Hasta el fin de la
segunda guerra mundial los desmadres ambientales en el mundo pasaron mayormente
inadvertidos, en parte debido a que el desarrollo industrial no había llegado a
niveles exorbitantes y en parte porque la población mundial, con unos 2500
millones de personas para 1950, representaba menos de un tercio de la población
actual (7). Sin embargo, luego de la caída de la URSS y su
transformación de en una potencia capitalista, sumado a la entrada de China,
también de corte capitalista, al escenario mundial, se generó un desenfreno por
la explotación de los recursos que condujo a la catástrofe ambiental y a un
aumento vertiginoso de la temperatura global del planeta. En efecto, desde la
revolución industrial hasta nuestros días, el aumento de la temperatura del
planeta fue superior al de los últimos 100 mil años.
El capitalismo
emergiendo hegemónico en el mundo, permitió que las grandes empresas
controlaran resortes claves de la política y economía de las superpotencias y
asignaran a los países subdesarrollados el rol de proveedores de materias
primas, a costa del empobrecimiento de sus poblaciones. Países, y aun
continentes enteros, como el africano, con sus riquezas que representan un
tercio de las reservas de minerales del mundo, incluyendo los recursos de
uranio, oro y diamantes quedaron entre los más relegados y pobres de la
tierra (8). Uno de estos países, Nigeria, por
ejemplo, produce el 5% del uranio mundial, un mineral de importancia
para Francia que lo utiliza para producir
electricidad desde sus centrales
nucleares. No casualmente, este mineral, es extraído de Nigeria por
la empresa francesa Orano. Paradójicamente, mientras Francia se sirve del uranio
nigeriano para asegurar su suministro energético, en Nigeria, según una base de
datos del Banco Mundial, en el 2021 solo un 19.5% de la población tenía acceso
a la electricidad (9). Además del uranio, Nigeria tiene
reservas de oro, petróleo, carbón y otros minerales, que son manejados por
varias empresas multinacionales (10, 11).
El
desequilibrio ambiental y el calentamiento global son el resultado del control
hegemónico que ejercen las grandes potencias respaldando corporaciones cuyos
objetivos están lejos de orientarse hacia la preservación del ambiente.
Según
la Organización Meteorológica Mundial, la temperatura del planeta durante el
periodo comprendido entre 1880 a 1950, superó en 1,15 ºC la media mundial
registrada desde la era preindustrial (12); estudios más recientes indican que, en julio del
2023 se batieron los records de temperaturas más altas registradas desde
1850 (13). Estos últimos, si bien fueron de apenas unos
0,25 °C más altos, son causantes de las brutales olas de calor que asolan hoy en
el mundo (14) y causantes de muchos de los impactos
negativos sobre la economía.
El aumento de la temperatura ha generado la formación
de tornados cada vez más violentos e incendios devastadores, como los de
California, Hawái, España y Grecia y causado condiciones incompatibles con la
vida humana en varios lugares del planeta. Por su parte, la depredación del
ambiente ha ocasionado la muerte de millones de vegetales y animales, cuya
magnitud ya representa la sexta extinción masiva del
planeta (15). Además,
según un informe reciente sobre los efectos del cambio climático, éstos conducen
a una mayor severidad de las sequías y al incremento de la
evapotranspiración (16), con consecuencias desastrosas para las economías.
A mayor escala, el calentamiento global ha iniciado el
descongelamiento del permafrost, el deshielo de los glaciares y el
aumento de la temperatura en la superficie de los mares, lo cual ha enlentecido
la circulación de las corrientes oceánicas en tal medida que se estaría
llegando a una situación de no retorno cuyas consecuencias amenazan generar un
colapso para la humanidad.
El
surgimiento de movimientos ambientalistas y ecologistas en defensa del
ambiente
El
menosprecio por la salud ambiental y la inacción de los gobiernos para evitar los
daños, movilizó a grupos ecologistas y ambientalistas, como el liderado por
Greta Thunberg y a organizaciones como Greenpeace, para que controlen y
reduzcan el impacto de los GEI y las producciones contaminantes, como las de
plásticos y de desechos tóxicos. Estas organizaciones han presionado a las
superpotencias para que tomen compromisos tendientes a evitar o disminuir los
GEI (17)). Los esfuerzos en este sentido lograron
concientizar a la humanidad sobre las consecuencias del cambio climático y
pusieron en aprietos a las potencias mundiales. Sin embargo, dado el poderío
económico y militar de estos países, el calentamiento global y la crisis
ambiental avanzan rampantes.
Urge
entonces replantear el esquema mundial de modo de quitarle a estas corporaciones
y grandes potencias el control de los destinos del planeta. Si los movimientos
en favor de la conservación del ambiente son insuficientes para controlar la
catástrofe, entonces, ¿cómo revertirla? Una respuesta que no carece de sentido
común, dice, en palabras de G. Thunberg, “si es imposible encontrar soluciones
dentro del sistema, entonces tal vez deberíamos cambiar el sistema”.
En
la búsqueda de mecanismos para superar la crisis, es necesario examinar primero
las raíces de la crisis ambiental y los problemas para restablecer la salud del
planeta.
Las
izquierdas y los movimientos reformistas frente a la crisis ambiental
Las
dificultades que enfrentan los grupos ecologistas y ambientalistas para frenar
la avaricia de las grandes empresas de los países hegemónicos, tales como EEUU,
China y Rusia, se deben al extraordinario poderío económico y militar que
detentan, pero ¿cuál fue el rol y las responsabilidades de la izquierda en el
descalabro ambiental? La desaparición y desprestigio del socialismo luego de la
caída de la URSS y de las izquierdas más radicalizadas, dejaron un vacío
político que dio lugar al ascenso de movimientos y gobiernos reformistas. Las
bases de sustentación del reformismo no se orientaron a instaurar revoluciones
sociales, como las planteadas originalmente por las izquierdas embanderadas con
el socialismo, sino a generar paliativos ante las crisis del capitalismo. En
este contexto, los planes sociales, las recomposiciones salariales, los
subsidios a los servicios públicos y nacionalizaciones de recursos que
caracterizaron históricamente a muchos de los gobiernos reformistas en
Latinoamérica, se mantuvieron dentro de un marco socioeconómico capitalista.
Según las particularidades de cada país, las diversas formas de asistencialismo
ejecutadas, fueron acompañadas por el otorgamiento de libertades, o
restricciones a ellas, y casi indefectiblemente, con diversos grados de
corrupción, y en ciertos casos, de connivencia con mafias organizadas (18). Sin
embargo, en la medida que ofrecieron beneficios económicos o sociales, aun
cuando fuesen ineficientes, o incluso mostrando claras evidencias de
corrupción, se erigieron como alternativas viables afianzándose en el poder; la
frase “roban, pero hacen” tomó cuerpo en sectores importantes de las poblaciones,
implantando una mirada mágica de esperanza sobre algunos de los líderes
reformistas.
Las
reivindicaciones sociales planteadas por estos movimientos, sin embargo, no se
reflejaron en la solución de los graves problemas respecto de cuestiones como
la equidad, la justicia y el desarrollo. Por el contrario, se mantuvieron altos
índices de ineficiencia, tanto a niveles gubernamentales como en los de la
administración pública, que impidieron el afianzamiento institucional y
político en Latinoamérica. Como resultado, se hicieron crónicas la escasez de
alimentos, así como los déficits en educación, salud y distribución de las
riquezas, junto a un descenso de la productividad, de modo que no se avanzó
significativamente respecto de cómo se visualizaba a estos países durante la
década de 1960 (19). Por otro lado, debido a la crisis del
capitalismo en el mundo, las grandes potencias aumentaron la presión sobre los
gobiernos bajo sus esferas de dominio, obligando a que se cedieran riquezas o
recursos naturales, como los minerales y la pesca. Miles de hectáreas de
bosques y praderas de ecosistemas naturales fueron arrasados para ser ocupadas
con emprendimientos de soja o desarrollos turísticos. El uso de fertilizantes y
herbicidas deterioró la calidad de la tierra y también del agua, dado que éstos
escurren finalmente hacia las reservas acuíferas, mientras que los desmontes
generaron deslaves y alteraciones climáticas.
A
su vez, debido a las imposiciones de los grupos financieros internacionales y,
en muchos casos, negociados espurios, se permitió que los bancos generaran
ganancias extraordinarias que llegaron (en Argentina, por ejemplo) hasta un 44%
en comparación con el 5,9% de los mismos en Europa (20) y
que las grandes empresas controlaran los precios a través de prácticas
monopólicas generando ganancias escandalosas y agudizando las desigualdades
cada vez mayores entre pobres y ricos.
Latinoamérica
es una de las zonas donde más se han agudizado las desigualdades; en esta
región, el 10% de la población más rica acapara el 55% de los ingresos,
mientras el 50% más pobre solo accede a un 10% de éstos; y si consideramos la
distribución de las riquezas, el panorama es aún peor, dado que el 10% de la
población más rica acapara el 77% de las riquezas, mientras que el 50% más
pobre solo retiene el 1% (21).
Las inversiones en ciencia, tecnología, salud y
educación, son esenciales para combatir el hambre y la pobreza
Un
aspecto crucial para superar el atraso y la pobreza es el desarrollo
tecnológico. La ciencia y la tecnología generan soluciones a los problemas
sociales y de salud, a la vez que los productos manufacturados mediante los
desarrollos tecnológicos compiten eficientemente con los productos importados,
generan trabajo y disminuyen los gastos de los países. Los aportes de la ciencia también son cruciales para
poder enfrentar con éxito los desafíos actuales planteados por enfermedades
endémicas como el Dengue y el mal de Chagas, o mejorar la resistencia de los
cultivos a la sequía y han sido eficaces para enfrentar la pandemia del
COVID-19. Gracias a su inversión en esta área, en la Argentina, por ejemplo, se
desarrolló un tipo de trigo transgénico resistente a la sequía y apto para
consumo humano y Brasil ya avanzó hacia la segunda etapa de ensayos clínicos de
una vacuna contra el Dengue (22, 23)
Las
inversiones en ciencia y tecnología son un paso necesario para la independencia
económica y política de los Estados.
Los
países que han logrado un desarrollo industrial significativo y un alto grado
de independencia económica invierten porcentajes importantes de su PBI en
ciencia y tecnología, que van desde el 3,7% (en Israel) a un 2,8% (en EEUU,
Alemania y Japón). China, que irrumpiera más recientemente como una potencia
tecnológica, actualmente invierte un 2,4% de su PBI en investigación y
desarrollo, superando al promedio de la Unión Europea, que es del 2,1% (24, 25)
Dentro
de Latinoamérica, los países con cierto grado de desarrollo, como Chile y
Brasil destinaban en 1995, un 0,5% y 0,8% del PBI en ciencia y tecnología (26).
Paraguay, al iniciar la expansión de su economía entre 1980 y 1990, invirtió en
este rubro entre un 1,5% a 2% (26). Resulta evidente de estos
datos que los aportes en ciencia y tecnología contribuyen al engrandecimiento y
prosperidad de los países.
No
es casual entonces que las potencias
capitalistas dominantes, que propugnan mantener a los países dependientes como
proveedores de materias primas, les obstaculicen las inversiones en ciencia y
tecnología. En esta línea de acción, las políticas impulsadas en América Latina
por los gobiernos liberales han destinado a estos rubros, porcentajes del PBI
por debajo del 1%, obligando a la dependencia económica con las metrópolis.
Notablemente, estos valores no han sido modificados sustancialmente por los
gobiernos reformistas. En 1980, en la Argentina solo se destinaba 0,4% de su
PBI a actividades de ciencia y tecnología, una cifra que se redujo al 0,3% en
1994. Posteriormente, entre los años 2019 al
2022, este porcentaje aumentó del 0,23% al 0,29% (27) y
se planteaba, como un logro extraordinario, llegar al 0,4% en 10
años. Notablemente, pese a lo ridículo de este aumento, el gobierno liberal
actual de Javier Milei inició una desfinanciación casi total de este sector
clave para el desarrollo. Independientemente, de las oscilaciones signadas por
los cambios de gobiernos, de reformistas a liberales o viceversa, resulta claro
que, en este rubro, cualquier presupuesto menor al 0,5% del PBI es un ancla que
liga a estos países al subdesarrollo.
Los gobiernos reformistas, en su debilidad, resultan
incapaces de producir los cambios de fondo requeridos para lograr un desarrollo
más equitativo y sustentable. Una justificación común para demorar estos
cambios es que: “tenemos urgencias mayores”. Muy por el contrario, para batir
el hambre y la pobreza, lograr el desarrollo industrial y alcanzar la
independencia económica y política, los cambios e inversiones en ciencia y
tecnología, no deben ir “detrás de”, sino “de la mano de” las inversiones y
políticas destinadas a la ciencia, tecnología, salud y educación.
La
incapacidad de atacar los problemas de fondo por los gobiernos reformistas
llevó al desprestigio creciente de los mismos, movilizando a sectores
importantes de la sociedad a aliarse a movimientos derechistas y
ultraderechistas y haciéndolos débiles frente a las imposiciones de las
potencias hegemónicas como EEUU y China.
Un
ejemplo es la presión ejercida por China, destinada al control de la soja. Para
comprender su trasfondo es necesario analizar la relevancia que tiene la soja
para China. Unas tres cuartas partes del total de la producción mundial de soja
es utilizada por China, parte consumo de aves y, mayormente para el de
porcinos, cuya industria es esencial. La soja es de importancia estratégica
para el sostenimiento de la economía china en expansión. Para China, con una población de cerca de
1400 millones de personas, la carne de cerdo forma parte importante de su
alimentación, siendo la principal fuente de
proteínas. El consumo per cápita de carne de cerdo por mes es de 3 kg en
Beijing y Nanjing y 4,27 kg en Chengdu, mientras que el consumo de per cápita
mensual de carne de pollo es aproximadamente la mitad que la de cerdo en
Beijing y ligeramente mayor (60%) en Nanjing y menor en Chengdu (38%) (28).
No casualmente, la producción china de carne de cerdo, con 50 millones de
toneladas en el 2010, representa la mitad del total mundial (29).
Debido
a que la industrialización de los productos derivados del cerdo depende de las
importaciones de soja, China se convirtió en el principal importador mundial de
soja. Sin embargo, debido a que la volatilidad de su precio incide directamente
en el costo de los cerdos, el gobierno chino desarrolló un plan para asegurar
la provisión de este recurso y evitar así un posible descontento que pondría en
aprietos el poder del Estado. Con este fin, mantienen un stock “de reserva” de
millones de cerdos que son rotados rutinariamente entre 200 granjas. Por otro
lado, para asegurar sus importaciones, se implementó el establecimiento de
empresas estatales que inviertan en los países productores de soja. Varias de
estas empresas tienen como objetivo presionar y acceder a los sectores
agrícolas en el exterior para asegurar la oferta de soja y controlar la
volatilidad de su precio. Además, estas empresas, en lugar de comprar harinas
elaboradas, forrajes o aceites, compran mayoritariamente soja cruda, lo cual no
agrega valor ni genera empleos en sus lugares de origen (30)
y aumenta la emisión de CO2.
Como
parte de esta estrategia se inscribe también un proyecto de instalación, en la Argentina, de 25
mega granjas de cerdos con inversiones cuya meta
sería exportar unas 900 mil toneladas de carne porcina a China, con
una inversión de unos 27 mil millones de dólares; un proyecto que generaría más deforestación de bosques
debido al aumento de la demanda de maíz y soja (31, 32).
En
general, la creciente necesidad de soja en el mundo y en particular de China,
tiene un impacto devastador sobre los ecosistemas dado que representa la
pérdida de millones de hectáreas de bosques, pastizales y sabanas, las cuales
han sido transformadas en tierras agrícolas, en un proceso que continúa en
ascenso (33).
Otro
ejemplo de la avidez de las potencias capitalistas por sustraer los recursos de
los países subdesarrollados bajo sus áreas de influencia, es el caso del litio, un mineral utilizado en las baterías de celulares, tablets,
computadoras y vehículos
eléctricos. La exportación de carbonato o cloruro de litio, en vez de exportar baterías, es una muestra de la dependencia
y sometimiento de estos países dependientes a los poderes centrales. En la
Argentina (uno de los cuatro principales
productores mundiales de litio),
existe una feroz disputa entre las superpotencias por este
recurso; hasta el 2021, la producción de
este mineral fue destinada principalmente a Estados
Unidos por un total de 39,8 millones de dólares, pero desde
entonces, el principal comprador de litio pasó a ser China por un total de
292,3 millones de dólares, seguidos por Japón y Corea del Sur. Una de las dos
compañías productoras de litio, Allkem, en la provincia argentina de Jujuy,
tiene como accionistas a las financieras JP Morgan de EE. UU y HSBC de Reino
Unido; por su parte, la otra empresa, que explota el litio en Catamarca,
también en Argentina, (bajo el Proyecto Fenix) está en manos de la compañía
estadounidense Livent, cuyos accionistas principales son Blackrock y Vanguard,
dos de los fondos de inversión más grandes del mundo. A su vez, los cuatro
fondos de inversión: Blackrock, Vanguard, JP Morgan y HSBC, además de ser
accionistas de los dos proyectos que extraen litio desde Argentina, son
tenedores de bonos de la deuda externa argentina. Como si esto fuera poco, la
extracción de este mineral se haya amparada con un marco legal apropiado, a
través de una “Ley de Inversiones Mineras” que otorga un amplio
sistema de beneficios y exenciones fiscales, así como de devoluciones de
ganancias por los gastos derivados de la exploración y de beneficios que
establecen topes máximos para las regalías retenidas por las provincias. Con
estos beneficios, las Empresas solo pagan un total de 3% a 3,5% sobre los valores de facturación (34).
A
los gobiernos reformistas no les queda nada para repartir
Como
se expusiera anteriormente, la incapacidad de los movimientos de izquierda de
presentar alternativas superadoras debido a la debacle del socialismo, dio
lugar al surgimiento de gobiernos reformistas, los cuales no realizaron los
cambios profundos y urgentes, necesarios para hacer frente a las demandas, dejando
expuestos, por añadidura, altos grados de ineficiencia y corrupción. La lucha
por el control de los mercados en el mundo y la avidez de las potencias
capitalistas, agudizaron las presiones por controlar las economías de los
países bajo sus esferas de influencia, dejando muy poco margen para que los
gobiernos reformistas, denominados “progresistas”, pudiesen otorgar beneficios
sociales o económicos. Débiles para enfrentar las imposiciones de los países
poderosos o defender las riquezas y recursos de sus países, resultaron
incapaces de efectuar cambios de fondo y evitar los efectos del calentamiento
global. Los avances y cambios progresistas que caracterizaran a estos gobiernos
en un pasado no tan distante, ahora, vedados por los condicionamientos externos,
ya sean económicos, como los impuestos por el Fondo Monetario Internacional
(FMI); políticos, o en muchos casos también militares, dejaron a los
dirigentes, poco o nada para repartir entre los sectores carenciados. Como
resultado, se gestionaron “ayudas” financieras bajo condiciones leoninas con
prestadores como el FMI o potencias tales como China. Todo ello contribuyó al
hundimiento de las economías y al aumento de la pobreza en sectores importantes
de las poblaciones, que subió a niveles inéditos. Según un informe de la CEPAL,
el panorama Social en América latina en el 2022,
indica que hay 201 millones de personas que viven en situación de pobreza, de
los cuales unos 82 millones (el 13,1%) se encuentran en situación de pobreza
extrema (35). Por su parte, en Argentina,
durante el primer trimestre del 2024 los niveles de pobreza e indigencia de la
población, alcanzaron un 55,5% y 18,5%, respectivamente (36). A
su vez, países como Nicaragua y Venezuela, cuyos gobiernos reformistas se
encuentran enfrentados a Estados Unidos, mantienen niveles de pobreza extremos
y se han visto obligados a negociar con potencias como China, o Rusia, que
imponen condiciones de sometimiento y dependencia similares. El nuevo tratado
de libre comercio de Nicaragua con China dejaría abierta la posibilidad de
exportar productos chinos a Nicaragua libres de aranceles (37).
Es
importante destacar, sin embargo, que la combinación de gobiernos progresistas
con economías vigorosas o recursos valiosos, como los de Brasil y Bolivia, han
permitido sortear parte de estas imposiciones manteniendo niveles de
independencia y autodeterminación destacables. No obstante, el acuerdo entre la
Unión Europea y el Mercosur, en la cual juega un papel preponderante la actual
administración reformista del presidente Lula en Brasil, encuentra dificultades
para detener la deforestación debido a las cláusulas impulsadas, principalmente
por dos industrias europeas, Bayer y Basf, de reducir un 90% los impuestos a
las importaciones de agrotóxicos. Ambas compañías proveen un 12% de los
agrotóxicos aprobados para su uso en Brasil. En particular, la Basf alcanzó
unos 3 mil trescientos millones de euros con la venta de agrotóxicos peligrosos
en el Brasil, los cuales, usados en las plantaciones de soja contaminaron, según
un informe reciente, las fuentes de agua afectando la salud y economías
agrícolas (38, 39). Por otro lado, las facilidades
otorgadas para los desmontes en Brasil, han arrasado con áreas significativas
de la selva amazónica. El 30% del CO2 emitido por los combustibles fósiles en
la tierra es absorbido en su mayor parte por la selva amazónica, de modo que
funciona como un pulmón para la biosfera; sin embargo, datos recientes indican
que la deforestación a gran escala en amplias áreas de la selva brasilera
debilitó en tal medida la absorción de CO2, que recientemente, en estas zonas,
ya se registran emisiones de este gas (40).
Bajo
estas circunstancias, los gobiernos reformistas, imposibilitados de dar
beneficios a sus poblaciones en favor de las potencias dominantes, cayeron en
descrédito. Para peor, tomaron como propios discursos y consignas que habían
sido estandartes de la izquierda y de las organizaciones de derechos humanos.
Así, en su caída, el reformismo arrastró a organizaciones que habían sido prestigiosas
por la defensa de los derechos humanos, como el de las “Madres de Plaza de
Mayo” de la Argentina, y a los ya alicaídos movimientos de izquierda.
En
resumen, debido a los flagrantes errores de la izquierda y la incapacidad de
los movimientos y gobiernos reformistas, éstos no han podido oponerse a las
políticas liberales de dependencia económica, que lleva a la súper explotación
de los recursos naturales, al deterioro de los ecosistemas, y al calentamiento
global.
El
desprestigio del reformismo y de las organizaciones de izquierda permitió el
avance de organizaciones y dirigentes ultraderechistas
En este nuevo escenario, la falta de
modificaciones profundas en la economía y la dependencia de las metrópolis
dominantes, impidió a los países subdesarrollados ejercer sus derechos
soberanos frente a las imposiciones extranjeras, comprometiendo su desarrollo a
tal extremo, que la denominación de “países en vías de desarrollo” es hoy, a
todas luces inapropiada, siendo más adecuada la de “países subdesarrollados”,
condenados a mantener estancadas sus economías y a aumentar sus niveles de
pobreza y subdesarrollo. Las pérdidas de poder adquisitivo de las poblaciones,
la caída de los salarios y la decadencia en sectores de salud y educación en
estos países, han agudizado las crisis y evidenciado el fracaso de los
gobiernos reformistas, los cuales se enfrentan hoy a manifestaciones
multitudinarias de protestas, como las recientes en Venezuela, inimaginables
hace unos años.
Desarticuladas
las izquierdas y ante el fracaso del reformismo, las organizaciones derechistas
y de ultraderecha ocuparon la arena política erigiéndose como alternativas
atractivas (41). En consecuencia, se observa un
desplazamiento hacia la derecha de vastos sectores, aun de los más empobrecidos
de la población y crece el auge de dirigentes ultraderechistas conservadores o
anarco-liberales, como J. Milei en argentina, quien declama sin tapujos venir a
destruir el Estado (42).
En
este contexto, las acciones iniciadas para detener el calentamiento global y la
crisis ambiental corren serio peligro de estancarse. Organizaciones como las
Naciones Unidas, que deberían velar por la integridad y salud del planeta no
responden con firmeza a las potencias mundiales, de modo que sus declaraciones
y propuestas, como las emitidas en su Asamblea de setiembre del 2015, o más
recientemente, por el Secretario General de la ONU ante la Asamblea General,
con afirmaciones de “transformar nuestro mundo
para el desarrollo sostenible”, y de reducir los GEI un 45% de aquí al 2030, no
son sino declamaciones que pueden ser fácilmente desconocidas, o vetadas, por
los Estados con mayor poder dentro de ella, justamente los causantes de los
mayores desequilibrios ecológicos (43, 44).
Los países menos responsables del cambio climático
global, como los de Latinoamérica o de África, van a sufrir los mayores
impactos del mismo. Según la CEPAL, los costos económicos del cambio climático
en América Latina, como los que implicarían un aumento de 2,5 °C de
temperatura, afectarían entre el 1,5% y el 5% del PBI en estos países (45).
El
continente africano, con un 4% de contribución a los GEI mundiales, soporta una
situación similar. Por el contrario, dos de los tres países más contaminantes
en el mundo, China y EEUU, son los más industrializados y los tres detentan las
mayores poblaciones de la actualidad. De ellos, las emisiones de CO2 originadas
en China en el 2020, fueron de entre 10 y 13 millones de toneladas; las de
EEUU, de más de 4 millones y la India, de 2,3 millones, seguidos de Rusia,
Japón e Irán (46). Así, mientras las
mayores economías del planeta incumplen sus metas ambientales, las regiones más
vulnerables del mundo avanzan hacia impactos globales cada vez más
impredecibles ante la inacción de sus gobiernos (47).
Los
países que más invierten en educación tienen los menores índices de generación
de CO2
En
general, los países cuyos gobiernos exhiben un interés por mejorar la calidad
de vida de la población manteniendo bajos niveles de contaminación, dedican
importantes esfuerzos destinados al área educativa. Dos de estos países
donde la protección del ambiente es una premisa, Suecia y Noruega, que son
señalados entre los 7 mejores del mundo en cuanto a los “índices de
felicidad” (48), con
economías liberales de fuerte intervención del Estado, dedican partes
importantes de sus PBI a educación. En efecto, ambos países, que dedican 7,6%
de su PBI al área de educación, tienen bajos niveles relativos de contaminación
y los más bajos del mundo respecto de la emisión de CO2 (Tabla 1). Los valores observados en estos dos países no
implican que las soluciones a los profundos problemas de la humanidad provengan
de la socialdemocracia o del laborismo, sino más bien que un control del Estado
es necesario si se quiere detener el cambio climático. Las medidas de
protección del ambiente en Suecia y Noruega son favorecidas por el hecho de
poseer economías y gobiernos fuertes con significativos niveles de
independencia de las potencias dominantes. Por el contrario, aquellas naciones
donde la obtención de ganancias es prioritaria respecto a la protección del
ambiente y/o la calidad de vida de sus habitantes, dedican porcentajes del PBI
en educación significativamente menores, que llegan al 3,08% (como Japón). En
particular, Rusia, India y China registran los índices de contaminación por CO2
más altos del mundo (Tabla 1) (49).
Notablemente,
los altos índices de contaminación de CO2 de Estados Unidos son similares a los
de Argentina, Brasil y Canadá. Al respecto, si bien éstos son valores son altos
(Tabla 1), la emisión total
de CO2, de 189 mil megatoneladas de Argentina es baja, en buena parte debido a
las extensas áreas de bosques y a la baja densidad de su población (50). Por
su parte, Brasil y Canadá mantienen altos índices de contaminación debido a los
procesos de deforestación del Amazonas del primero, y a la dependencia de una
producción de petróleo altamente contaminante de Canadá. En particular, Canadá ha
declarado que el desarrollo de las arenas bituminosas es un "objetivo
estratégico" de ese país (a pesar del negativo impacto medioambiental de
su explotación masiva) y se retiró del protocolo de Kioto en el 2011 (51).
Ante la
irresponsabilidad de los gobiernos actuales y la incapacidad de los organismos
supremos que deberían detener los crímenes ambientales, es necesario emprender
rápidamente la búsqueda de soluciones más efectivas.
Los daños ambientales generados principalmente en la
despreocupación del capitalismo por los ecosistemas van de la mano con las
desigualdades tremendas en la distribución de las riquezas mundiales, que
quedan en manos de unos pocos en medio de una humanidad sumergida en la
pobreza. De
un lado, el 1% de la población mundial, desde el
2020 atesoró el 63 % de la riqueza total; del otro, el 99% restante solo
retuvo un 37 % de ésta (52). Además, en el 2021, entre
702 y 828 millones de personas (un décimo de la población mundial)
padecieron hambre (53), de
las cuales cerca del 60% eran mujeres y niños viviendo en
condiciones de extrema pobreza (50). De estos niños y niñas, según el Fondo de
las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y el Banco Mundial, en un informe
del año 2020, 356 millones de ellos viven en condiciones de pobreza
extrema (54).
Un
dato reciente del 2023 indica que actualmente hay 662 millones de niños que viven bajo una pobreza multidimensional, la
cual afecta aspectos tales como la educación y salud, entre
otros (55). Son estos niños y niñas de hoy, los que,
además de sus padecimientos actuales, heredarán un mundo azotado por las
calamidades ambientales y se sumarán, cuando adultos, a los casi 1100
millones de personas que ya viven en barrios marginales o en condiciones
similares en zonas urbana (56). El panorama es más
sombrío si consideramos que la población mundial aumentará en casi 2000 millones de personas en los
próximos 30 años (57, 58)
Un
desarrollo sustentable con protección del ambiente es indispensable para
detener el calentamiento global
El avance de los procesos de expoliación de los
recursos naturales por las potencias capitalistas no tiene freno ni hay
repuestas adecuadas para detenerlo. Ya sea por un posible conflicto bélico
entre estas potencias en su lucha por los mercados, o por los cambios
climáticos, pareciera que la humanidad avanza indefectiblemente hacia un
colapso irreversible.
Los
movimientos ecologistas y ambientalistas, aun con su presión sobre el
capitalismo mundial, no han logrado revertir los daños infligidos a la
biosfera. Avanzar hacia un desarrollo sustentable protegiendo al ambiente es un
objetivo principal para detener el calentamiento global. Con este fin, estos
movimientos, han logrado persuadir a la opinión pública mundial y presionado a
las potencias capitalistas, de modo que muchas empresas incorporaron
modificaciones en sus productos destinadas a disminuir la contaminación y los
efectos del calentamiento global. Sin embargo, dado que las medidas de
protección del ambiente colisionan con el principio básico del capitalismo de
generar ganancias, para revertir la catástrofe ambiental, más que persuadir,
será necesario exigir a las empresas que observen conductas de protección del
ambiente.
Dado
que las ganancias de las empresas capitalistas finalmente fluyen hacia un
sistema financiero dominado por los bancos, resulta crítico que las finanzas
sean controladas por aquellos que intentan salvar el planeta y no por los que
lo arrastran a la catástrofe. Sin este control, la humanidad avanzará hacia su
propia destrucción. Pero, ¿será posible controlar las finanzas cuando las
mayores contaminantes de GEI son las grandes potencias que detentan el mayor
poderío militar y político?
Las
generaciones pasadas han permitido, por omisión o complacencia, el caos
ambiental en que se encuentra inmersa hoy la humanidad. Sería ecuánime
establecer que los que causaron los daños sean quienes tengan que repararlos;
sin embargo, resulta al menos imprudente y peligroso, confiar el destino del
planeta a los responsables de su destrucción.
¿Quiénes
deberían reparar los daños al ambiente?
En
este contexto, son los jóvenes quienes heredarán los despojos de un planeta
destruido y son ellos quienes han levantado las banderas para recuperar la
salud del ambiente y evitar el calentamiento global. Aunque de alguna manera
injusto, parece atinado (con un buen grado de racionalidad), que sean los jóvenes
quienes puedan conducir a un mejoramiento del ambiente, dado que son ellos
quienes tienen el mayor interés en mejorar nuestro mundo.
Ante
este panorama, muchos críticos sostienen que no se visualiza hoy una respuesta
contundente por parte de la juventud, por lo que pareciera que avanzamos hacia
lo inevitable. Sin embargo, es importante señalar que muchos cambios profundos
e inesperados han ocurrido en el pasado. Millones de jóvenes en el mundo
heredan hoy un planeta diezmado en sus recursos, con sus ecosistemas
destruidos, enfrentando un aumento de las temperaturas que harán inhabitable la
tierra. A su vez, serán los más perjudicados por la superpoblación, y la
pobreza.
Los
jóvenes en defensa del ambiente
Bajo
las condiciones actuales, es difícil suponer que una sublevación de jóvenes y
pobres acabe con el sistema económico y político dominado por el capitalismo en
el mundo. Sin embargo, hemos visto en el
pasado que ningún sistema tiene asegurada su estabilidad y continuidad en el
tiempo, de modo que, la falta de respuestas frente a los cambios climáticos,
así como a los avances de las políticas liberales y a los gobiernos
derechistas, no deben ser considerados irreversibles.
Los cambios ocurren hoy de manera vertiginosa y
abrupta; las desigualdades, las injusticias, la pobreza y la falta de futuro de
los jóvenes en un mundo donde los desastres climáticos amenazan su
supervivencia, muy pronto jugarán un papel importante para realizar los cambios
profundos que se requieren para revertir la crisis.
Cuando no haya nada que perder
Los 1.200 millones de jóvenes de entre 15 y 24 años,
que pueblan el mundo representando un 16% de la población mundial, deberán
enfrentar, en un futuro cercano, los tremendos desafíos que implican lograr un
desarrollo sostenible en un mundo atravesado por los impactos del cambio
climático, el desempleo, la pobreza, las desigualdades de género, las guerras y
los conflictos migratorios.
La situación actual de la juventud en el mundo,
calificada por muchos como conformista, debe ser considerada más bien como una
bomba próxima a estallar. Los movimientos migratorios de pueblos enteros
huyendo de sus terruños en busca de un futuro mejor son cada vez más numerosos.
Miles de personas y familias enteras se aventuran a cruzar el Mediterráneo para
llegar a Europa en lanchas y barcos arriesgando sus vidas, mientras
otros tantos hacen lo mismo para llegar a Estados Unidos. Según un informe de
Organización Internacional para las Migraciones (OIM) se estima que desde el
2014 cerca de 50 mil personas fallecieron o desaparecieron intentando llegar a
la Unión Europea o a Estados Unidos (59). Las encuestas
regionales de hogares indican que estas cifras seguramente están por debajo de
la cifra real. Hay en la actualidad 41 millones de latinoamericanos que viven
fuera de sus países de origen siendo Latinoamérica la región que más migrantes
tiene en el mundo (60).
Algo similar pasa en otros lugares del mundo. Ya nada
los detiene. ¿Qué pasará con aquellos millones de personas en el mundo cuando
no tengan nada que perder? Es difícil predecir cómo será la
respuesta de la enorme marea humana de jóvenes sin futuro, y cuál será
la vía más apropiada para modificar el sistema imperante; pero, sin duda, cuando se
movilice en pos de los cambios profundos que se requieren para revertir la
crisis será de una fuerza extraordinaria.
En
un mundo donde las potencias dirimen sus disputas por el control de los
mercados a través de coerciones y guerras que nos acercan incluso a una
contienda nuclear, no es posible predecir si los movimientos que se avecinan en
pos de detener la crisis ambiental y obtener condiciones más justas de vida,
estarán impregnados de violencia o erigirán como alternativa imponer
trabas económicas a las empresas y países que superen los índices de calentamiento
global (61). Es hora de que abandonemos la conquista de
la naturaleza y avancemos hacia una convivencia con ella.
¿Podrá
sobrevivir la humanidad?
Entonces
¿podrá sobrevivir la humanidad? La respuesta está en manos de los jóvenes. La
sociedad humana en su conjunto deberá apoyarlos. Detener los daños ambientales
y las injusticias sociales no es motivo de debate, sino una obligación
ineludible.
Hace
más de 40 mil años nuestros congéneres se enfrentaron a adversidades
inconmensurables al cruzar desde África a Europa, afrontando el desconocimiento
de la geografía y el ambiente hostil de la glaciación y el encuentro con los
neandertales, con los cuales compitieron y se cruzaron (62, 63) y con
los denisovanos. Estas adversidades llevaron a nuestra especie a un “cuello de
botella” caracterizado por una abrupta reducción demográfica y genética, que la
puso al borde de la extinción (64, 65, 66, 67).
Estimaciones
basadas en datos genéticos indican que los sobrevivientes de esa epopeya fueron
menos de diez mil. ¿Cómo lograron sobrevivir? Aunque la respuesta puede ser
especulativa, sabemos que nuestros antepasados de hace 40 mil años, poseían
cerebros indistinguibles del de los humanos actuales, de modo que
indudablemente usaron la inteligencia como herramienta. Pero, de acuerdo a la
socióloga Margaret Mead, también fue indispensable ser solidarios (68). Hoy
como entonces, enfrentamos una crisis quizás mayor, que amenaza con poner fin a
la humanidad. En este contexto, observando las conductas diarias de nuestros
congéneres pareciera que la humanidad, en su conjunto, hubiese perdido valores
importantes como la solidaridad y la empatía. Es evidente que, para sobrevivir,
nuestra especie tendrá que hacer un uso mucho mayor y mejor de herramientas
tales como la inteligencia y la solidaridad.
La
meritocracia en reemplazo de la solidaridad
Pareciera
natural en nuestros días, que una porción insignificante de humanos se adueñe
de la mayor parte de los recursos mundiales sometiendo a millones de jóvenes,
mujeres, niños y niñas a condiciones apenas compatibles con la supervivencia.
Las tremendas desigualdades que asolan a la humanidad en la actualidad ya sea
entre ricos y pobres, poderosos y sojuzgados, los sectores dominantes debieron
recurrir a una argucia que justifique la abolición de la solidaridad y el bien
común y su reemplazo por el concepto de que el éxito se alcanza como resultado
de los esfuerzos y méritos individuales. “Todos tenemos las mismas chances,
pero serán los más capaces y los que más se esfuercen los que alcancen el
éxito”. Tomando esta premisa individualista como bandera, los sistemas
imperantes imponen la meritocracia, a través de propagandas mediáticas. Esta
nueva concepción, ha puesto en jaque el concepto de solidaridad, desvirtuando y
opacando aspectos importantes de la naturaleza humana. La sustitución del bien común por el éxito individual, implica el
establecimiento de una competencia feroz donde los “vencedores” recibirán como
“premio”, las riquezas, ingresos y recursos destinados al conjunto de la
población. El concepto de que el éxito debe alcanzarse en base a los esfuerzos
individuales asume que todos en esa “carrera” tienen las mismas posibilidades,
ocultando el hecho que aquellos que tuvieron mejor alimentación y acceso a la
salud, educación y disponibilidad de medios de todo tipo, estarán en ventaja
para lograr las metas, respecto de aquellos que no tuvieron esos recursos. La
meritocracia es entonces un concepto falaz que, pone en desventaja a los pobres
versus los ricos, a los nacidos en países desarrollados respecto de los
subdesarrollados, a los nacidos en familias cultas versus los nacidos en
entornos desposeídos, a las mujeres respecto de los varones y así de seguido.
Las
divisiones y antagonismos presentes en la sociedad actual, nos inclinan a
sostener la creencia que estos comportamientos son naturales y propios de
nuestra especie. Sin embargo, hemos visto que la solidaridad se hace evidente y
aflora en las conductas humanas en eventos tales como las catástrofes. Es allí
donde los humanos, independientemente de sus credos, creencias, o bandos
políticos o sociales se unen solidariamente para socorrer a los damnificados.
Comportamientos de este tipo se han visto recientemente durante los
devastadores incendios de Los Ángeles o en las inundaciones letales ocurridas
en Valencia en el 2024 y Bahía Blanca (Argentina) en el 2025. Algo similar se
puede observar durante las gestas deportivas, como ocurre en Brasil, o en
Argentina durante competencias como las de la Copa Mundial de Futbol en el 2022. En
todos estos casos es factible observar la unión solidaria, aun entre sectores
usualmente enfrentados, en pos de un logro común.
La
continuidad de nuestra especie en el planeta está amenazada
Desde
el inicio de la vida en la Tierra, hace unos 4500 millones de años, el 99,9% de
las especies que poblaron nuestro planeta se han extinguido (69). La debacle originada por la crisis
ambiental actual y la lucha feroz por el control de los mercados han disparado
“La sexta extinción masiva del planeta”, generando una incógnita sobre el
destino final y la supervivencia de nuestra especie.
Entonces
¿Podrá la humanidad eludir su extinción? Aunque carecemos de una respuesta
clara a esta pregunta, sabemos que nuestros antepasados enfrentaron y superaron
dificultades formidables cuando cruzaron del África a Europa durante la era de
hielo; lo hicieron sin internet, sin motores, sin ruedas, sin aviones, ni armas
sofisticadas, solo con su inteligencia y solidaridad. ¡Las mismas herramientas
con las que contamos hoy! Las superaron y pudieron sobrevivir... ¡No
cabe duda que es posible! Son principalmente los jóvenes quienes tendrán la
tremenda tarea de evitar el colapso de la humanidad. ¡Cuando inicien ese camino
tendremos que apoyarlos!
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TABLA
1
_____________________________________________________________________
País CO2 Prod
Bruto Contribución Índice
de Educación
Total Interno Industrial Contaminación (% PBI)
(x106)
Ton (x109)
U$S (x109)
U$S
(a) (b) (c) (a)/(c) (d)
---------- -------------------------------------------------------------------------- -----------------
China 12466 14616 5525 2,25 3,57
Fed.
Rusa 1943 1423 423 4,60 4,68
India 2649 2672 692 3,83 4,5
Argentina 189 515 114 1,65 4,72
Canadá 564 1610 388 1,45 5,26
Brasil 490 1760 343 1,43 6,09
Estados
Unidos 4752 19377 3391 1,40 4,91
México 418 1153 343 1,22 4,25
Sur
Korea 627 1626 529 1,19 4,46
Japón 1085 4369 1267 0,86 3,08
Alemania 666 3464 921 0,72 4,98
Noruega 42 405 109 0,39 7,64
Suecia 39 538 116 0,33 7,64
_________ ___________________________________________ ________
Tabla 1: Índices
de contaminación por CO2. Los datos muestran los índices
de contaminación
determinados según la relación (a/c) entre el total de CO2
producido por cada país
(a) (en Toneladas de CO2) y la contribución industrial
en el producto bruto
interno (c) (en U$S).
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