LA LEYENDA DE POLITEAMA
La leyenda del Politeama Cada mañana el Pardo, como le decían al viejo, agarraba su bastón, un cigarro, el mate, un banquito de madera y se sentaba en la vereda a ver cómo los años que le quedaban desfilaban ante sus ojos. Pasaba sus horas ensimismado murmurando las palabras inconexas que de a ratos, destilaba su cerebro desgastado. Sin inmutarse, solo respondía a modo de saludo con un leve gesto al desfile rutinario de personajes: a las nueve, doña Chola con su bata aun calzada, pasaba cargando su changuito rumbo al mercado; después algún empleado apurado arreglándose la corbata le hacía una pequeña reverencia en su paso fugaz rumbo a la oficina. ¡Viejo loco! le gritaban los chicos camino a la escuela. Solo Abel, cuando se dirigía a abrir el kiosco le prestaba más atención; con el mantenía diálogos muchas veces cortos, monosilábicos: “¿Qué tal Pardo? ¿Cómo va?”; “Y.., ahí vamos”, respondía lacónico el Pardo. A veces, sin embargo, lo sorprendía con...