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Mostrando entradas de junio, 2020

La guerra roja

La guerra roja Si hay un Dios, no es como lo imaginamos Los seis guerreros rojos se movieron rápido sobre el lecho de hojarasca húmeda ignorando el vaho insoportable que impregnaba el túnel. Avanzaron hacia las nidadas grandes casi sin tocarse, rozando apenas sus armaduras. De pronto detuvieron la marcha para evaluar los destrozos: miles de cuerpos traslúcidos reptaban lacerados entre criaturas que se descomponían sumergidas en las hojas. Esgrimiendo sus penachos de color formaron un círculo y, como en un ritual, se desplegaron contactando sus antenas. Bastó un leve roce para que toda la información recabada quedara compartida en sus cerebros. De allí en más sus movimientos devendrían del mismo acervo de datos. Los brigadistas se alinearon y reiniciaron la travesía. Armados con sus tijeras y punzones, formaron en ángulo y marcharon esquivando los restos inermes y los muertos; cuerpos seccionados aun deambulaban hasta toparse con las paredes. El grupo avanzó veloz hasta donde el...

Camellos en la tormenta

Camellos en la tormenta El camello se arrodilló, dio un gemido ronco y se desplomó en un suspiro agónico. El animal vencedor abrió las patas, bajó la cabeza y le asestó un golpe mortal en la cerviz. Luego dio media vuelta y se alejó. De inmediato, cientos de espectadores lanzaron gritos de júbilo y comenzaron a colectar las apuestas. Enzo miró disgustado a la multitud y avanzó luego hacia un anciano que abrazaba al animal caído. “¿Cómo obligan a animales tan mansos a matarse?”, pensó. Se sentó luego junto al anciano y cuando éste se calmó le preguntó: “¿Eres Rashid?”; “Si”, asintió el hombre; “Quiero ir a Kahipur y me han dicho que puedes llevarme, pero ¿era éste…?”, preguntó señalando al animal. “Pues no, tengo otros dos. Hay que cruzar el desierto y eso no es fácil, como tampoco lo es pasar la noche a la intemperie”, advirtió. “De todos modos quiero que me lleves”, dijo Enzo, pensando que el próximo ómnibus pasaría en diez días y que no le agradaría permanecer allí, con gente tan...

Un robo singular

Un robo singular Enzo cruzó la rampa, abordó el ferry, bajó las escaleras y alcanzó la carena en donde cientos de bancos largos, cubiertos de colchonetas servían, a la vez, de camas. La sala, bajo la línea de flotación, era una cámara oscura apenas iluminada por unas lámparas amarillentas. Eligió un lugar al azar, acomodó su mochila y se sentó a esperar. El embarque iba a durar al menos una hora y el lugar lucía desolado y triste, así que cambió de idea, dejó la mochila en uno de los camastros y subió a las salas de primera clase. Allí todo era lujoso, lleno de confiterías, shops y un casino fastuoso, separado del resto por unos barrotes dorados apenas espaciados entre ellos. Enzo salió y se apoyó en la baranda, mirando extasiado como las olas agitadas se estrellaban contra la nave. Los motores se encendieron y un sonido ronco y estridente acompañó el sacudón del barco mientras dejaban el puerto de Manila.   Al volver, observó como cuatro filipinos, en el rellano de la escalera...